El Agua de Lourdes
De toda la vida de Dios, los hispanos que pescan en los revueltos mares creen en la Virgen Santísima. Aunque ateos, protestantes o protestones fueren. Porque Ella, como madre del gran pescador de almas, les protege. El peligro y su miedo parejo hacen de sabroso caldo marinero para el cultivo de la superstición.
Pero ahora, cómo no, 20 siglos después de su controvertida maternidad, todo ha cambiado y el desarrollo de la brillante y milagrosa idea de su Hijo de la multiplicación de los peces, ha propiciado el desembarco de las cobardes granjas de pescado, que están acabando con la afición marinera y la devoción mariana. Y otros muchos fundamentos ¡Cagondiosss!
Harta de este histórico e injusto olvido, La Inmaculada decidió tomar cartas en el asunto poniendo en marcha una agresiva campaña de marketing que le devolviera el protagonismo que le corresponde por derecho divino. Eligió para ello a las más fieles y rompedoras de su agencia, sus sosías y socias Las Vírgenes de Lourdes y la del Carmen matrona del Mar, y formó el equipo que trazaría la estrategia a seguir.
Había que seleccionar un mercado idóneo donde ponerla en marcha. La de Lourdes propuso el caso particular de la piscicultura del rodaballo del cantábrico. De siempre, allá por su litoral, los devotos vascos asaban esta especie salvaje y colaginosa que comían con pan a palo seco -aunque luego se bebieran el agua de los floreros-. Al estudiarlo en el gastrolab, cayeron en la cuenta de que no había salsa donde mojar y decidieron completar la faena inacabada de Jesusito sacándose de la manga un líquido y mágico elemento que amalgamara con la grasa natural de esos planos pescados, y al que, por descontado, llamaron Agua de Lourdes. Bendita y por siempre alabada.
Solo quedaba ya aparecerse ooootra vez -¡tachánnn!- y entregar la fórmula a persona de fuertes creencias que supiera hacer bien de ella. Caídas tarde y velo para pasar desapercibidas, pidiéronle al Altísimo el favorcillo de que las hiciera carne humana y por Getaria se dejaron caer. Preguntaron al primer aitona de txapela con el que se toparon. De inmediato respondió: “¿Rodaballos? ¡Luses!”, dijo el elocuente vascongado señalando con su cachaba la ardiente parrilla cercana que, bajo taciturno letrero, rezaba como Elkano.
“¡Ave María Purísima!”, sonó la amable y rotunda voz de Aitor según se acercaban. “Sin pecado concebidas”, contestaron sonrientes y con sorna las Vírgenes al unísono, guiñándose entrambas el ojo. De inmediato tuvieron la certeza de que éste era el lugar y la persona idóneas. Y así le espetaron en su idioma:
“¡Aupa! Te dejamos esto. Ya sabes, para el pescao en parrilla. Que no seque, oyes. En mesa despieza. Y emulsiona a mano con el colágeno. Haz buen uso, predica y comparte, no jodas ¡eh! que se necesitan felizgreses. ¡Ah! y cuelga una estrella brillante en la entrada, joder, que no se ve ni hostias. Hala, agur”.
Y así fue como se obró de nuevo el milagro de la salsa que renovó la fe mariana en la mar y sus rodaballos. Elkano se convirtió en lugar de peregrinación y la gente vino de todo lugar para sentir el crepitar de esa parrilla, gustar de la salsilla y oír la palabrilla que él predicó: ¡Ahí va la Virgen!