La gestión emocional está pegando fuerte en todas las capas de la restauración. Más en las altas. Es vital que las emociones de todos y todas estén a flor de piel. Así se genera la necesidad y se estimula trabajo y consumo, comunicación Dios mediante. Llamémosle psicorestauración. 

Psicorestauración

La gestión emocional está pegando fuerte en todas las capas de la restauración. Más en las altas. Es vital que las emociones de todos y todas estén a flor de piel. Así se genera la necesidad y se estimula trabajo y consumo, comunicación Dios mediante. Llamémosle psicorestauración. 

En una doble vertiente, además. En primer lugar, en lo que concierne a la gestión empresarial interna de cara a una fuerza laboral a la que hay que fidelizar y motivar; a la que hay que dar mucho mimo y coaching, pues ya no responde a los antiguos criterios racionales industriales ni post-fordianos siquiera, sino a una nueva realidad de la post-trans-modernidad de esta sociedad de la comunicación bigdata. Parece ser que solo moviendo el cotarro de tal manera que genere positividad en el personal, se consigue motivarlo suficientemente. Lo de los derechos de los trabajadores se da por supuesto y por sentado, pero se queda cortito y con sifón. El trabajador pone sus aptitudes, capacitación y su cuerpo serrano; la empresa por su parte cumple con sus obligaciones legales, pero ha de cuidar también de la competencia emocional de todos ellos. Incluida la propia. Somos un equipo. A entrenar se ha dicho.

En segundo lugar -aquí quería yo llegar-, de cara al cliente, pues de nuevo parece ser que ya no se conforma con la racionalidad de comer bien, característica primordial hasta ahora de este negocio de la hostelería; no, ahora hay que currarse, además, la sensibilidad de la clientela, sus inclinaciones e instintos para moverlos a querer ir a tu resta, para influir, sin que casi se dé cuenta, en sus decisiones. Hay que incitarla al me gusta y el seguimiento mediante la comunicación, hay que emocionarla en vez de por narices y bocas, por los medios, es decir, por cojones. Si no, pues no juego, ¡ea!

Es decir, que hay que pre y post emocionarla, incitándola y seduciéndola inconscientemente antes de su visita y, por supuesto, durante su vivencia, para que ésta pase de ser solo un goce de sus sentidos y su cognición, a ser una experiencia transformadora de sí que colme, asimismo, su emoción, tocándole en lo más profundo su alma gastró y haciendo que se sienta una gran gourmet comme il faut. ¡Toma del frasco Carrasco!

Me quedo con ser un gastrónomo idiota liberado que pasa de esta psicologización en busca de un arte de la vida generado por mí mismo y mis innombrables circunstancias. 

*Con una pequeña ayuda de mi amigo Nietzsche, Focault y Byung-Chul Han y su libro “Psicopolítica”

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1 Comment

  • Chary Serrano
    8 meses ago Reply

    Ahora lo que se lleva es «emocionar», cosa que puede que funcione con los jóvenes, ávidos de experiencias.
    Con l@s maduritos como nosotros no funciona igual.
    Por eso pasamos bastante de tendencias, ya que hemos visto pasar muchas.

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