Pandemónium tohubohu
El “evento” es la pandemia de la gastronomía: su pan del demonio.
Todos los mammones que anhelamos con avaricia desde las riquezas a las migajas de la industria de la gastronomía, somos los incitadores y únicos reales beneficiarios del aluvión de actividades de toda índole y jaez que abarrotan el ruedo ibérico.
Tal cual lo pintara Milton, los eventing planners de pequeño espíritu construimos en unas horas ‘urbes’ que den cabida a toooodos los ángeles -encielados, caídos o por caer- de la gastronomía para que, en su desordenado afán codicioso, sean convertidas en ferias, galas, congresos, foros, coloquios, talleres, etc, es decir, en efímeras capitales del infierno gastró.
Y las hacemos cada vez más grandilocuentes y tochas y las vendemos como magníficas, exitosas e intachables a pesar de haberse convertido en repetitivos y cansinos espectáculos de pure entertainment más aburridos que una patata -aunque este dicho sea también puro fake-. Sin embargo ahí siguen y seguimos dale que te pego haciendo caso omiso de la saciedad de la sociedad.
¿Es humo lo que en gran medida se desprende hoy de estos eventos gastronómicos? Me temo que así sea.
Sin embargo, lo cierto y verdad es que nuestra querida sociedad neoposcapitalista se mantiene manteniendo a su vez este sistema de celebración de grandes o pequeños eventos en todas sus industrias establecidas, entre las que ya ocupa meritorio lugar la gastronomía. Y más cierto aún es que lo hace respaldándolos con la financiación pública de toda clase de instituciones: gobiernos, diputaciones, alcaldías y demás. Dame pan y dime tonto.
Tal es su implicación económica que sin ellas no serían posibles ni viables estos eventos. Nanai de la chinaná. Porque las ganancias de sus organizadores provienen principal y mayormente de esta paniaguante hucha pública. Pero ¿cuáles son realmente los beneficios que estas cuantiosas aportaciones públicas redundan en la sociedad y el ciudadano de a pie? ¿son estos proporcionales a lo gastado? ¿hay alguien ocupado en controlar y calibrar que esto merezca la pena por ser necesario y ajustado? Ojalá fuera así.
Cierto es que las grandes empresas, marcas y grupos y los que no lo son tanto, también colaboran en estos montajes con sus patrocinadores dineros, sin que yo ni nadie deba ni pueda meter ahí sus narices porque solo ellos saben del sentido y rentabilidades de sus inversiones, pues cada uno tiene derecho a hacer lo que quiera con su dinero y con su pan comérselo.
Así es este eventual capitalismo global de hoy, mitad acto social, mitad businesses, que nos llega atlantic crossing con su supuesto pero ficticio cross selling and net working, cuyas cifras resultantes son más falsas que Judas con sus monedas, generadoras de un túrbido caos –topsy-turvidom– vano y vacío que convierte al ciudadano en un pánfilo, perplejo y asombrado.
Al pan, pan y al vino, vino.