Antípodas gastronómicas
Viajen conmigo a nuestras gastronómicas “antípodas” europeas. Vayamos norte, sientan el frío, el blanco y la des-solación. Beban, para ponerse en situación, su purísima aguadulce y admiren la salada inmensidad del azul profundo que envuelve su terreno gris. ¿Estamos?
Érase, allí-así, un lugar de ubérrima pesquería cuya pesca marcha lejos, salándose, secándose, congelándose o procesándose la que permanece para consumo propio, pues en sus poblaciones las pescaderías son inexistentes y sus pobladores apenas tienen acceso al pescado fresco del día. Mientras, la joya de la corona, hacinada y humillada, se malcría con pienso -curioso nombre- en miles de pérfidas granjas por la mar saladas. Esto da que pensar.
Tres cuartos de lo mismo le acontece a su categórica marisquería que difícilmente puede degustarse en vivo y en directo, condenada a pasar en muerte aún más frío que en vida.
Imagínense un país donde la agricultura, desfavorecida por su clima-x de sol ausente, es paupérrima y requiere de la empaquetada importación en masa desde los más exóticos y recónditos lugares tal cual el nuestro.
Imagínense un territorio de original y originaria y variada ganadería autóctona crecida salvaje o en semi libertad cuyos despieces no son cortados ni ofrecidos por tu carnicero de confianza pues no hay carnicerías al cabo de la calle donde adquirirlas en fresco.
Situénse pues en un super país sin mercados de abastos en el que toda cesta de la compra sale plastificada y empaquetada de sus super-supermercados.
Érase una nación sin apenas noción de una culinaria ancestral propia que reflejar en libros de su historia gastronómica o recetarios familiares que den cuenta de su pasado a través de su cocina. Compuesta de ciudades donde no encuentras restaurantes de cocina tradicional, invadidas por ofertas extranjeras, fusiones y franquicias globalmente desubicadas y huérfanas de especialidades locales. Tan solo unos cuantos establecimientos de fine dining, very high cost y alta restauración operan con dignidad gastró generando una cocina ex novo basada, ahora sí, en lo local y autóctono que además triunfa allende los mares bajo el paraguas de su éxito en el Bocuse D’or y el argumentario grupal de la Cocina Nórdica.
Érase un país de mucho dinero, un país caro, érase uno de los que poseen un mayor nivel de vida y despliegan una excelente estrategia mediática de su sostenibilidad y riqueza culinaria. Pero érase ausente de cultura gastronómica. De la antigua por exigua, de la moderna por incipiente y carente de arraigo popular.
Concluyendo y aún sabiendo de la odiosidad de las comparaciones, digo que ese It’s no our way, que los españolitos de a pie seremos más morenos, pobres y bajitos, pero también somos -y lo digo a boca llena- “el país más rico del mundo”.
Por el contrario, no me atrevo, siquiera, a barruntar qué pasará en el largo futuro ni cuál de estos dos modelos tan opuestos prevalecerá. Por el bien de la humanidad espero que sea el nuestro y no el de nuestras “antípodas” gastronómicas. Pero eso, los dioses, incluidos Odin y Thor, dirán.
Es un mundo extraño, ¿verdad?.
*Con una pequeña ayuda del eslogan de Alimentos de España y de mi amigo David Lynch y la frase final de su peli “Blue Velvet”.