ADURIZ: un ser de este mundo

Andoni Luís Aduriz es un loco. Uno de esos locos a los que uno tiene que querer y mucho. Pero no hablemos de su bonita cara humana. Nada de sensiblerías personales y mojigatas. 

Andoni es un loco que anda suelto por la gastronomía urbi et orbe. Y, aunque esté sobradamente capacitado para andar por otros campos y campus, está atado a ella por ser ese su mundo elegido. Good for you, querida gastronomía.

Pero en ella, el Sr. Luís, no sólo oficia y ejerce de oficial cocinero de sus restas aplicándose en su creatividad, investigación, organización, administración, llevanza, etcéteras, no,  todo eso no es lo gordo de su quehacer, ni mucho menos. ¡Ni hablar del peluquín! del que, por cierto, me temo, va a tener que empezar a susurrar en breve. 

No. Lo mollar del Aduriz más valioso es su dinamitera gastrosofía. Esa que nos mete de cabeza en su reflexión temática, esa que repiensa y transgrede cánones y canonjías, liberándonos del horror vacui que muchos sentimos ante la realidad de un panorama general de la restauración creído, mentiroso, repetitivo y burdo, es decir, vacío; porque está basado en un enredo de relaciones humanas que todos toman por maravillosas y tienen por verdad absoluta, última e inamovible. En la boba sensación de que esos fatuos enredos van a misa y han sido bendecidos por los dioses del olimpo gastró y, por descontado, por los millares de triviales premios y millones de vanidosas fotos sobre los que se sustentan. ¡Esto es Jauja!

Frente a esta ilusa creencia gastroreligiosa, Andoni Luís Aduriz, se empecina ferozmente en decirnos que no hay esa sola verdad verdadera, que no existe tal absolutismo wonderful de la muerte ni ningún otro porque la verdad culinaria está viva, se mueve constantemente y cambia. Y clama en el desierto para hacernos ver que no solo hay que abandonar esas feísimas costumbres, sino que también hemos de seguir transgrediendo y renovando incluso los bellos valores que hemos adquirido y tenemos como firmes.

Por eso, Mr. Mugaritz, despliega esa infinita actividad, reflexionando a diestro y siniestro como si no hubiera un mañana gastronómico  -que quizás no lo haya-, para congraciarse con la realidad y hacer del mundo que recorre su casa. Y celebrar así la creación y la vida misma en este mundo nuestro. 

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