La pasión es principio y fin de la gastronomía. La desbordada intensidad con la que se creó, propiciará su propia dilución por agotamiento.

Fruto de la pasión 

La pasión es principio y fin de la gastronomía. La desbordada intensidad con la que se creó, desarrolló y se ha venido viviendo la grandiosa gastronomía hispana será, si no lo es ya, la causa que propiciará su propia dilución por agotamiento. Trataré de explicarme.

Para mí está claro que esa perturbación monomaníaca con la que se deconstruyeron heroicamente las viejas identidades culinarias tradicionales, ha sido el principio creador y mantenedor de la grandeza de nuestra gastronomía, vanguardia, envidia y ejemplo universal. Bendito trastorno mental…transitorio.

Ahora bien, por el camino, la idiosincrasia de nuestra sociedad reciente ha hecho que lo que queramos es, simplistamente, vivir todo a tope. Cada cual en lo suyo. Sea cual sea nuestro juego, lo practicamos como si estuviéramos en una escuela de alto rendimiento. Vamos a por todas, aquí y ahora. No dejamos nada para el mañana. Nuestro espíritu ya no está para promesas de un mundo mejor, otras vidas ni zarandajas por el estilo. Se acabó lo que se daba, hostias incluidas. ¡Al tajo, ostias!

Como consecuencia de este ser, los cocineros vienen sufriendo el síndrome de los corazones hambrientos. También quienes estamos afectados por la gastronomía en cualquiera de sus múltiples facetas, lo padecemos. Todos nosotros tenemos un corazón hambriento con el que comernos y bebernos el mundo culinario de la mejor y mayor manera-”pon la pasta y haz tu parte”-, forzando mente y cuerpo a fogonazos para tratar de mejorar nuestras capacidades y sentidos para disfrutar de ese todo en plenitud. Nadie busca ya altruistas ideales que alcanzar, defender o unirse. Por parte de los restauradores, tan solo se rebusca en ideas que den más pasta y que les hagan brillar más en el firmamento gastró. Por parte de la comensalía, vivirlo para sí lo más intensamente posible los más leales a la causa o banal entretenimiento socialmedia los más gastrofudis de la muerte.

No tengo duda alguna de que lo conseguido por nuestra gastronomía es fabuloso y tremendamente meritorio. Un gran triunfo común del sector y la sociedad española que ha conseguido, en aras de la tan cacareada democratización de la cocina, generalizar y, en consecuencia, hacer que nuestra gastronomía esté en boca de todos y sea elevada a la categoría de cultura altopopular.

Lo tremendamente paradójico es que toda esta divulgación/difusión, esta aceptación generalizada y este tan grande y extenso éxito pueda ser quien acabe con la gallina de los huevos de oro. Porque la cuestión es que a pesar del esfuerzo y buen trabajo realizado y el gran resultado exitoso obtenido, toda esa fuerza impulsiva que consistió en repensar la gastronomía entera y cambiar su paradigma, esa excepcionalidad, una vez expulsada como dorado huevo, decae y se agota en sí misma para reconducirse en mera familiaridad, en costumbre asimilada y normalizada. Así, a base de premios y más premios, concursos y guiados listados, su poderío y empuje y animación quedan neutralizados, se amuerman y desfallecen como mal endémico e intrínseco, que es, de este tipo de fenómenos. Nada nuevo bajo el firmamento.

En lo que a la restauración pública se debe, el ejemplo vivo de esta verdad/maldad está en los procesos y procedimientos de producción intensiva, tanto de los alimentos como de sus preparaciones, en esa triste y tediosa burocratización de la cocina, cuantificada y economizada, que nos ha colonizado sin marcha atrás. La hamburguesa nos aburguesa.

Entonces, ¿no hay solución? Psssst, dificililla está la cosa, pero yo, como buen optimista de la pista que soy, quiero pensar que sí, que siempre la hay: darse cuenta primero del peligro y luchar después para no dejar que ese bien degenere y ese mal se consolide, sacudirse la indolencia y volver a apasionarse para buscar lo nuevo que renueve lo ya conseguido pero ya superado, reavivar esas ascuas mortecinas y darle viento y caña al fuego para que prenda la candela vivificante del buen cocinar. 

En las personas está la única clave. Necesitamos de ocineros y comensales heroicos que sean conscientes de que la vida hoy día está sujeta a la intensidad del cambio permanente pues en ella no hay lugar para eternidades ni hipocresías. Dispuestos a pelear con esas armas y todas sus fuerzas, saberes e imaginación contra la bestia de la tediosa conformidad.

“Vale Fernandito, y ¿hay alguien más por ahí que aporte soluciones práctico-reales que no voluntariosas, ilusorias o poéticas?” 

¡Upssss!

*Con una pequeña ayuda de mis amigos Tristán García y su libro “La vida intensa” y Bruce Springsteen y su canción “Hungry Heart”.

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3 Comments

  • Arturo
    2 meses ago Reply

    Pienso que seguirán conviviendo las diferentes tipos de cocina : la tradicional, la regional,la decostrucion de lo antiguo, lo creativo , lo nuevo, la alta cocina etc.
    El ejemplo es Francia

  • Chary Serrano
    2 meses ago Reply

    Muy buen articulo, como nos tienes acostumbrados.
    Y muchas verdades en él.
    Felices fiestas navideñas.

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