Icono del sitio Fernando Huidobro – Comentador Gastró

El escribir gastronómico

Muy pocos son los autores de primer orden, españoles o extranjeros, que aplicaron su talento literario al tema gastronómico. Ese escribir gastronómico que deja huella y capacidad para alterar el devenir gastró es escaso en casi todo el planeta. Y los que lo hicieron, aportando a esta disciplina ese regalo que es la creación literaria, fue porque en ellos el don de la escritura predominaba sobre el culinario. Fueron más escritores que gastrónomos. Su arte era aquél, su divertimento éste. 

Lo que prima al referirnos a los escribidores de la gastronomía (comunicadores o críticos, instagramers o tuiteros, articulistas o periodistas, etc.), es “la literatura secundaria que prevalece en los diarios y los media”, como escribe Nuccio Ordine refiriéndose a lo que George Steiner opina de la crítica académica del arte, incluyéndose modestamente a sí mismo. 

Creo oportuno transmutar esas ideas al mundo de la cocina aprovechándome sin sonrojo de espíritus tan cultivados que tan sabiamente opinan/afirman que es “insensata la proliferación de literatura secundaria (manuales, guías, perfiles, antologías de la crítica, etc.)” que tanto se prodigan hoy día en el comercio editorial y/o mediático.

Trasladándolo pues, hemos de confirmar que lo mismo y mucho peor sucede en el ámbito de la gastronomía, en el que antes de nada me incluyo para luego atreverme a afirmar que lo nuestro es literatura terciaria. Pasando a ser de cuarta o quinta categoría si lo que leemos está en las redes sociales, donde todo es escritura “disminuida y fragmentada”. No te digo trigo si lo que enjuiciamos es la oratoria de los audios narrativos del gremio. Entonces apaga y vámonos. 

Y es que solo algún que otro privilegiado gourmet goza de ese obsequio de los dioses de escribir como tales. El resto somos meros “parásitos clarividentes y enamorados”, pues sin ser autores/cocineros estamos tan imbuidos y apasionados por el hecho gastronómico que lo observamos obsesivamente hasta verlo, cada uno bajo su prisma, con toda la claridad que a cada cual le permiten sus capacidades y habilidades, naturales o adquiridas, haciéndonos creer transmisores de la verdad de la experiencia que precede al lenguaje, cuando ni esa verdad es verdadera, ni ese lenguaje es literatura.

Pero trasladar esa visión/degustación -el ojo y la boca preceden a la pluma- a una escritura digna es un gran y arriesgado salto/logro. Tanto que en la mayoría de los casos termina siendo un salto al vacío/frustración. Tanto que incluso hay quien pierde de vista que el hecho trascendental y principal de la crítica es que sólo quien crea y lo creado son los protagonistas. El crítico/escribidor que pretende sustituir al autor o suplantarlo inconsciente pero estúpidamente, está perdido, porque olvida, “como dice Pushkin, que su misión debe reducirse a la de ejercer como cartero o correo necesario”; en nuestro caso, a la de comedor/degustador de las cartas/platos de los cocineros, para conocerlos, sentirlos, gustarlos, dejar que se expresen, pensarlos y contarlos/comunicarlos para ayudarlos a que sean conocidos por otros posibles comensales y/o interesados. Y es ésta, sin duda, una labor importante siempre y cuando se respete ese principio de que lo cocinado, servido y comido “continúe ocupando la plena centralidad” de lo que se escribe, porque “en definitiva, son los autores y sus obras quienes hacen posible la existencia de comentarios e interpretaciones”. Ojalá la calidad de la literatura en la que éstos se plasman tuvieran una más estrecha relación con la gastronomía.

Será  por eso que todos nos refugiamos en las imágenes facilitadas por la tecnología de nuestros teléfonos que nos ahorran la palabra y la expresión escrita, prueba irrefutable y vergonzosa de nuestra mediocridad . Será por eso.

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