El dinero, al contrario que la droga, mata rápidamente. Da igual, tenemos mucha prisa.
Ese dinero urgente ha matado el espíritu de la gastronomía.
Puede ser muy cierto que la economía y la enseñanza empresarial hayan salvado de la ruina a los restauradores en general, pero igual de cierto es que, por el camino, ha matado a muchos de los suyos y más cierto y grave aún, es que ha liquidado el alma de casi todos ellos. El cainita interés monetario asesinó al fraternal interés emocional.
Y con toda lógica y coherencia podremos preguntarnos seguidamente de qué sirve el alma culinaria si quiebra la empresa: “de nada porque nada habría”, contestamos con toda seguridad.
Pero lo que yo me pregunto es por qué no puede prevalecer tanto espíritu como materia en un mismo proyecto. Porque lo que veo hoy día es una tremenda exención del vigor y la fuerza y las ganas y la ilusión que tuvimos y se desvaneció tan efímeramente como la propia ingesta: el buen y verdadero ánimo que fue ya no está, se fue, murió. El amor gastró falleció por inanición, ya nadie lo alimenta, no tiene quien le dé de comer. Tampoco quien como yo, iluso, le escriba. Queda solo quien, crematísticamente, la exprime: facturación y beneficio.
Ya no veo brillo en los ojos de los cocineros, sino el apagado, pagano y pagado símbolo de la moneda.
Quizás porque estudié tanto letras como ciencias económicas crea y pugne por conciliar ambas magnitudes y esté convencido de que es posible. Quizá sea porque ya solo soy un viejito chocho, cansado y cansino, romántico y sentimental, quizás. Quizás solo sea porque mi niñez sigue jugando en la playa mediterránea donde, entre las cañas, duerme mi primer amor: la gastronomía, quizá.
Pero para mí que aquella verdad, aquel amor verdadero, que lo fue, ha sido presa de la empresa, sustituido en su esencia por un impostado storytelling inflacionista, por un farsante discurso cortado y pegado de otros cientos de iguales. Falto de personalidad, de vida propia, por tanto. Ausente, vacuo.
Cuán llena y cuán vacía está, al tiempo, la gastronomía. La gente la abarrota y le da vida: cuán viva está, pero cuán muerta en vida; pues sola de muerte hacia Ella camina mientras aún grita su rentabilidad, hasta que el musgo llegue a sus labios y cubra su nombre: ¡qué solo queda lo muerto!
*Con una pequeña ayuda de mis amigos los hippies, Joan Manuel Serrat, Emily Dickinson y Gustavo Adolfo Bequer.
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