Icono del sitio Fernando Huidobro – Comentador Gastró

Buscona

Viernes tarde, termino tarde. Cojo camino al atardecer, tardaré en llegar a Bolonia. No hay prisas. Allí seguirá, de momento al menos. Me desvío de mi ruta, mi estómago me guía, tiene mando en plaza. Me dirijo a Barbate, El Campero me espera. No hay que perder oportunidades. Me apalanco en al barra. Empiezo, seguro de mí, a atunarme: ijar, mojama, morrillo, toro en sashimi. A la altura de las huevas empiezo a sentirme observado, me incomodo. Ella me mira descaradamente. Noto su agitación. Disimulo, pero veo cómo abraza al peaso róbalo que no se le despega. Se vuelve hacia mí, seductora, provocadora. «¡Jodé, si yo he venido aquí a cenar castamente!», le digo a Juan José, que, callado, arquea sus cejas y se encoge de hombros tras la barra. La vuelvo a mirar, calculo sus medidas: ¡la leche, es perfecta!, ojos algo saltones, pero está para jincársela. Yo no quería, oiga, pero ¿quién dijo miedo? Espío los alrededores por si acaso y me lanzo. Me voy pa ella, paso de su compañía, la trinco decidido, resuelto. Ella agita brazos y cuerpo, opone algo de resis- tencia, pero es impostura; al estrecharla, se rinde. «Buscona -le digo-, vamos a hacer el amor tú y yo aquí y ahora, no aguanto más.» Y allí mismo la tomé, sobre el mostrador, ante la atónita mirada del personal. ¡Qué punto! Me dejó satisfecho, ya lo creo. Sabía latín, el de Baelo, de allí venía. ¡Impúdica langosta!

*Con una pequeña ayuda de ‘ese que siempre va conmigo’ y su libro “Cocina Recreación. Gastrosofía y otros muchos mánfanos y tráfagos”.

Salir de la versión móvil